Canción para una herida en batalla

Te vi morir tantas veces que casi olvido cómo lucías viva.
Un gris melancólico de a pocos se apodera
de la miel que se bañaba en tus ojos,
y esos girasoles que brotaban de tu boca
cuelgan ahora tristes y marchitos.

Te vi caer tantas veces que olvidé cuán imponente eras.

Más ahora eres la reina destronada
ahogada en el jilguero de tu voz
y en el Narciso de tus encantos.
¡Caíste en la orilla de tu propia hermosura!

Te vi nacer tantas veces que casi olvido que fuiste diosa
que olvidó tener misericordia de sí misma,
¡Oh Lilith de mis mañanas! Cuanto quisiera yo
con un solo beso devolver el rubor a tus mejillas,
y regresarte la divinidad con un abrazo.

Te vi llorar tantas veces que olvidé tu resurrección,
que ser diosa no es ser inmortal,
sino renacer mil veces, más radiante, más ángel,
pero cada vez que moriste
contigo murió un trozo de tu alma.

Te vi gritar tantas veces que olvidé la música de tu risa.
Ahora tu boca grita solo auxilios,
y en cada gemido escucho a Legión siendo expulsado
y sujeto en los abismos del olvido,
cuando él sólo quería tomar tu mano.

Desapareciste tantas veces que ahora luces traslúcida,
como una elfa, como un espectro,
y no puedo evitar perderme en la palidez de tu rostro,
en las imperfecciones de tus muertes, en tu guadaña,
y en esa magia de diosa mortal que me cautiva.

Caminaste tantos caminos, desataste tantas pasiones,
que se dice de ti que no sientes ya nada,
que hace mucho gastaste tu último pedazo de luz,
pero miro aún en tus áridos ojos lunas llenas,
y un pedacito de alma deseando salir del cautiverio.
José Quirós

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