Penúltimo tren - Joaquín Sabina
Ni me vengo tan pronto ni la tengo tan gorda,
ni consuelo de tontos ni ganas de palmar,
los jamases que asumo los tiro por la borda,
no me fumo las clases a la hora de olvidar.
Con coimas insolventes se escayolan fortunas,
ninguna guerra mola, no hay cruzada sin dios,
aunque caigan más torres gemelas de la luna
no es cómico este atómico vil ataque de tos.
Porque chuzos de punta llueven puertas afuera
y puertas más adentro tirita el corazón,
y un pibe desnutrido dormita en la escalera
y un paria embrutecido vomita en un galpón.
Y el sexo es otra guerra incivil, la única guerra
sin héroes ni vencidos ni mártires ni santos,
si dos buscan lo mismo ¡qué dulce cuerpo a tierra!
tan cerca del abismo, del éxtasis, del llanto.
Deliran las campanas con mil gramos de fiebre,
desguaza las ventanas un vendaval impío,
los gurús posmodernos dan gato en vez de liebre,
cuentan que en el infierno se pasa mucho frío.
Parece que fue nunca, ¿se acuerdan de la colza?
Kioto será Laponia cuando el diluvio estalle,
la vida es un insumo que anarcotiza en bolsa,
mientras nos privatizan el zumo de la calle.
Oraciones suicidas desquician los renglones,
los clones parricidas transan porque adolecen
y las revoluciones, como las emociones,
chochean, se bypassan, levitan, encanecen.
Y la gente, la gente que ahorra y que camina
bajo el granizo hostil de un abril inclemente,
contritos soldaditos de un sepia Salamina,
lisiados sin fajina, desahuciados sin frente.
Cuando se pudra el cielo, cuando silben las balas,
sabrás que dejo todo si tú me dices ven,
porque sigues contando conmigo por las malas,
por más que descarrile mi penúltimo tren.